La llegada de Annie Leibovitz a A Coruña marca uno de los acontecimientos culturales más potentes del año en España. Considerada una de las fotógrafas más influyentes del siglo XX y XXI, Leibovitz no solo retrató la historia, sino que la moldeó con cada disparo. Sus imágenes han definido la estética del rock’n’roll, han inmortalizado a leyendas de la moda y han explorado la intimidad de figuras icónicas del cine, la política y el arte. Ahora, su obra aterriza en Galicia con una exposición que no solo celebra su legado, sino que revela el trasfondo emocional que sostiene toda su trayectoria: la fotografía, según sus propias palabras, le salvó la vida.
El universo de Annie Leibovitz siempre ha sido una mezcla peligrosa y magnética. En su etapa como fotógrafa de Rolling Stone, se sumergió de lleno en la contracultura de los años setenta, acompañó a bandas en giras interminables, convivió con artistas que vivían al límite y documentó un mundo donde creatividad y autodestrucción iban de la mano. Sus fotografías de Mick Jagger, Patti Smith, Bob Dylan o Bruce Springsteen no solo capturan su imagen, sino la energía de una época que ardía. Era una joven fotógrafa en un ambiente sin reglas, donde había tanto exceso como genialidad. En numerosas entrevistas, Leibovitz ha confesado que la cámara fue su refugio en medio de ese torbellino: observar a través del objetivo le permitía mantener cierta distancia emocional, entender lo que estaba viendo y, quizá, no caer en los mismos abismos que algunos de sus sujetos.
La exhibición en A Coruña recupera precisamente ese recorrido visceral por sus primeros años. El visitante se encuentra con imágenes que casi huelen a backstage, a carretera, a luces de neón y a noches en vela. Hay fotografías donde la espontaneidad domina la escena, y otras donde ya se adivina la mirada conceptual que más tarde definiría su etapa en Vanity Fair y Vogue. En todas, se percibe la firma de Leibovitz: crudeza y elegancia en equilibrio, vulnerabilidad expuesta sin artificios.
Sin embargo, la muestra no se limita a su faceta rockera. También abre paso a la evolución de la fotógrafa hacia un estilo más narrativo y estilizado, especialmente durante su madurez artística en revistas de moda. Annie Leibovitz transformó el retrato editorial en algo parecido a un relato visual: construía mundos, no solo fotografías. Desde los retratos míticos de celebridades —como la inolvidable imagen de John Lennon abrazado a Yoko Ono pocas horas antes de ser asesinado— hasta producciones de fantasía con artistas como Whoopi Goldberg, Natalia Vodianova o Leonardo DiCaprio, su obra revela una creatividad sin límites.
A Coruña recibe también parte de su trabajo más íntimo: las fotografías dedicadas a Susan Sontag, su pareja durante quince años. Esta sección es probablemente la más conmovedora, porque muestra el lado más humano de Leibovitz. Aquí la cámara deja de ser un escudo y se convierte en testigo del amor, la enfermedad, la pérdida y la memoria. La fotógrafa no solo captura rostros; captura etapas de vida enteras.
La exposición subraya algo esencial: Annie Leibovitz nunca ha tenido miedo de mostrar la verdad, incluso cuando esa verdad es incómoda. Su relación con las drogas en su juventud, sus crisis personales, sus luchas internas y su camino hacia la sobriedad forman parte de su historia. Y en esta ocasión, la artista habla con una sinceridad que desarma. “La fotografía me salvó la vida”, afirma. Lo dice porque la disciplina que implicaba trabajar, observar, entender al otro y componer le ofreció una salida de los excesos que la rodeaban; porque el acto de fotografiar le regaló propósito en los momentos en que todo parecía tambalearse.
A Coruña se convierte así en escenario de un encuentro imprescindible entre el público y una creadora que ha marcado generaciones. Sus imágenes no solo cuentan historias: las expanden, las amplifican, las transforman. Visitar esta exposición es asomarse a las entrañas de un talento irrepetible, pero también a la historia cultural de las últimas cinco décadas vista desde los ojos de alguien que estuvo en todas partes y lo vivió todo. Annie Leibovitz no solo captura la vida: la enfrenta, la documenta y, de alguna forma, la redime.
