Barcelona vive un año especial al ser reconocida como Capital Mundial de la Arquitectura, un título que pone en valor su riqueza patrimonial, su proyección cultural y su legado urbanístico. En este marco se han preparado numerosas actividades, pero una de las más esperadas es, sin duda, la gran exposición dedicada a Josep Maria Jujol, uno de los arquitectos más singulares y menos conocidos del modernismo catalán. La muestra busca dar al maestro el lugar que merece en la historia y mostrar cómo su talento dejó huellas imborrables en la ciudad y en otros rincones de Cataluña.
Jujol (1879-1949) fue mucho más que un colaborador cercano de Antoni Gaudí, aunque su nombre suele aparecer inevitablemente ligado al del genio de la Sagrada Familia. Su creatividad desbordante se manifestó en proyectos donde la ornamentación, el color y las formas orgánicas rompieron con los moldes convencionales. Obras como la decoración de la Casa Batlló, los detalles cerámicos del Parque Güell o el balcón ondulante de la Casa Milà llevan su sello inconfundible. Pero más allá de estas colaboraciones, Jujol desarrolló proyectos propios de gran valor artístico, desde iglesias hasta viviendas particulares, donde se aprecia su fascinación por la luz, la naturaleza y el simbolismo religioso.
La exposición que ahora acoge Barcelona reúne planos originales, dibujos, fotografías históricas y maquetas que permiten recorrer su universo creativo. Uno de los grandes atractivos es la posibilidad de apreciar de cerca la minuciosidad con la que Jujol trabajaba cada detalle, transformando elementos humildes como fragmentos de cerámica, vidrio o hierro en piezas artísticas con vida propia. Su capacidad para reutilizar materiales anticipa, de algún modo, tendencias contemporáneas vinculadas a la sostenibilidad y al reciclaje.
El montaje de la muestra busca ser fiel al espíritu del arquitecto: no se trata solo de una colección de objetos estáticos, sino de una experiencia inmersiva que transporta al visitante a los ambientes en los que trabajó. Juegos de luces, proyecciones de gran formato y reconstrucciones digitales permiten revivir la fuerza expresiva de sus diseños y entender cómo cada obra se integraba en su contexto. Se trata de una invitación a mirar la arquitectura no solo como funcionalidad, sino como emoción, como lenguaje que comunica sentimientos y valores.
Uno de los mensajes más potentes de la exposición es reivindicar a Jujol como figura autónoma dentro del modernismo, y no únicamente como “discípulo” de Gaudí. Su estilo, aunque cercano al maestro, tiene rasgos propios que lo diferencian: el uso atrevido del color, la integración de símbolos religiosos de forma poética, y la fusión de materiales populares con una sensibilidad estética única. De hecho, especialistas destacan que mientras Gaudí buscaba una monumentalidad orgánica, Jujol exploraba lo íntimo, lo artesanal, lo cercano al pueblo.
El contexto de Barcelona como Capital Mundial de la Arquitectura otorga aún más relevancia a esta exposición. La ciudad aprovecha este reconocimiento internacional no solo para mostrar sus iconos mundialmente famosos, sino también para rescatar figuras como la de Jujol, cuya obra ha estado en ocasiones eclipsada. Al darle protagonismo, Barcelona demuestra que su riqueza arquitectónica no depende únicamente de los nombres más mediáticos, sino de una constelación de creadores que juntos hicieron posible que la ciudad se convirtiera en referente global del modernismo.
Para el público local, la muestra es también una oportunidad de redescubrir la ciudad con otra mirada. Muchas de las obras de Jujol se encuentran en espacios cotidianos que quizás pasan desapercibidos en el día a día. Verlos ahora en un contexto museístico permite revalorizar su importancia y reconocer el ingenio que hay detrás de cada mosaico o cada línea de hierro forjado. Para los visitantes internacionales, en cambio, es un acercamiento privilegiado a una figura que quizás desconocían, pero que al salir de la exposición querrán rastrear en sus paseos por Barcelona.
El éxito de esta iniciativa confirma la necesidad de seguir divulgando y protegiendo el legado arquitectónico de la ciudad. Jujol, con su visión profundamente humana y espiritual, recuerda que la arquitectura no es solo técnica, sino también arte y narración de una identidad colectiva. Barcelona, en este año de celebración, se convierte en el escenario perfecto para que su obra brille con luz propia y se integre al relato global de la arquitectura moderna.