El Gran Teatre del Liceu ha decidido inaugurar su nueva temporada con una apuesta poco convencional, pero profundamente significativa: La zorrita astuta (Příhody lišky Bystroušky), la ópera del compositor checo Leoš Janáček que combina el lirismo musical con una fábula cargada de simbolismo. Esta elección no solo rompe con la tradición de abrir la temporada con títulos más conocidos del repertorio operístico, sino que también abre la puerta a un diálogo con un público mucho más amplio, demostrando que el género sigue vivo y en constante búsqueda de nuevas formas de conexión.
Estrenada originalmente en 1924, La zorrita astuta es una obra que trasciende la ópera en su sentido más clásico. Inspirada en una historieta publicada en un periódico checo, la pieza se construye en torno a la historia de una zorra que escapa de la caza, vive aventuras y finalmente muere, dejando tras de sí una reflexión profunda sobre el ciclo de la vida y la relación entre los seres humanos y la naturaleza. Janáček supo transformar un relato aparentemente ligero en una meditación sobre la fugacidad de la existencia, la libertad y el vínculo inquebrantable con el mundo natural.
La producción que inaugura la temporada del Liceu apuesta por resaltar esa dimensión universal de la obra. Con una escenografía que mezcla lo onírico con lo realista, y un trabajo visual que recuerda tanto a los cuentos infantiles como a las pinturas de paisajes centroeuropeos, la propuesta busca que el espectador se sienta inmerso en una fábula que, aunque tiene animales como protagonistas, habla en realidad de la condición humana. En ese sentido, la ópera funciona como un puente perfecto entre generaciones: los más jóvenes pueden dejarse llevar por la historia de la zorrita y sus peripecias, mientras que los adultos descubren capas más profundas de significado.
Musicalmente, la obra es un ejemplo del estilo maduro de Janáček. Lejos del melodrama romántico, su lenguaje se caracteriza por la fuerza rítmica, el uso particular de la melodía y una orquestación que reproduce los sonidos de la naturaleza de manera casi cinematográfica. La partitura está llena de contrastes: momentos juguetones y ligeros conviven con pasajes de gran intensidad emocional. Es esa capacidad de la música para reflejar tanto la inocencia como la tragedia lo que hace de La zorrita astuta una pieza singular dentro del repertorio operístico.
El Liceu, al elegir esta obra como apertura, también envía un mensaje claro sobre su vocación de ser un teatro abierto a nuevas audiencias. La ópera, a menudo percibida como un género reservado para unos pocos, se presenta aquí como una experiencia accesible y cercana, capaz de emocionar a quienes nunca antes se habían sentado en una butaca del coliseo barcelonés. En palabras de su dirección artística, se trata de recordar que la ópera no es solo grandes voces y tramas históricas, sino también historias sencillas, universales y atemporales.
El montaje cuenta con un elenco internacional de cantantes y una dirección musical que pone especial cuidado en resaltar la riqueza de la orquestación. La colaboración entre músicos, directores y escenógrafos ha dado como resultado un espectáculo que combina excelencia técnica con una sensibilidad poética. Además, la producción busca acercarse a un estilo visual que pueda conectar con las generaciones acostumbradas al lenguaje del cine y las series, un detalle que subraya la intención de atraer a un público más variado y diverso.
Abrir la temporada con La zorrita astuta es, en definitiva, un acto de valentía artística y una invitación a mirar la ópera desde otra perspectiva. No se trata únicamente de un espectáculo musical, sino de una experiencia que combina cuento, filosofía y celebración de la naturaleza. En un mundo marcado por el ritmo frenético y la desconexión con lo esencial, esta fábula de Janáček recuerda que la vida está hecha de ciclos, de pérdidas y de belleza efímera, y que el arte tiene la capacidad de ayudarnos a entenderlo.